Editorial

Algunas palabras para recordar a Rogelio Pontón (II)

Eugenio Giolitto
Cuando la Bolsa de Comercio me pidió que escribiera unas palabras sobre Rogelio por un nuevo aniversario de su fallecimiento, más allá de agradecer a la Bolsa por la oportunidad, no pude evitar estremecerme un poco.

 

Cuando la Bolsa de Comercio me pidió que escribiera unas palabras sobre Rogelio por un nuevo aniversario de su fallecimiento, más allá de agradecer a la Bolsa por la oportunidad, no pude evitar estremecerme un poco. Generalmente me pasa cuando veo que le hacen un homenaje, o inauguran un aula con su nombre.  En cierta forma, es como que no hubiera asumido del todo que Rogelio se fue ya hace varios años. Una de las cosas buenas del desarraigo es que las ausencias no se sufren tanto, quedan anestesiadas.

Lo primero que puedo decir es que no sé como hubiera sido mi vida si no hubiera conocido a Rogelio. Muy probablemente me hubiera dedicado a otra cosa, seguramente tendría otra forma de pensar. Esto no es un cumplido ni un halago, es simplemente un dato.

Conocí a Rogelio en 1984, antes de que comenzara a trabajar en la Bolsa. En ese momento Rogelio era un académico al que le habían quitado su participación como docente e investigador en la universidad. Quizás lo doloroso del momento no obstaba para que fuera también una forma de definir a Rogelio. Los académicos suelen ser parte de una estructura con ciertos patrones más o menos repetitivos. Rogelio no era, ni por su formación autodidacta, ni por su forma de vincularse a sus estudiantes ni a sus colegas, parte de esa estructura tradicional de las universidades. Rogelio “llevaba la universidad en el portafolios”, fuera de todo marco formal, ni de tema, ni de oportunidad. Podríamos pasar horas discutiendo (y cuando digo discutiendo, digo discutiendo, con movimientos de brazos y todo), sobre cualquier tema (y cuando digo cualquier tema, me refiero a cualquier tema) y en cualquier lado (y cuando digo…).

Si me hubieran preguntado como definir en una palabra a Rogelio hace 20 años hubiera usado la palabra académico, igual que si me lo preguntan ahora. Pero el significado que le doy ahora a esa palabra es bien diferente. En esa época lo hubiera definido así por lo que sabía, y ahora lo defino como académico por su actitud ante lo que ignoraba. A Rogelio no le importaban mucho las cosas que conocía, se le desataba pasión por lo que ignoraba, cuanto más fuera de su zona de confort mejor. Y supo transmitir esa pasión. Y tanto fue que todavía uno puede encontrar chicos de veintipico de años que de alguna forma saben quien fue Rogelio. Por eso, los que alguna vez estuvimos cerca de Rogelio lo traemos un poco de nuevo con nosotros cada vez que nos cuestionamos algo sin mayor beneficio que el de entender un poco más, cada vez que discutamos con pasión sin un interés de por medio, o cada vez que dejemos que la curiosidad tome por un rato nuestras riendas.